jueves, 20 de diciembre de 2007

La comisura


Juan Cruz

De la mujer y del hombre miro siempre las manos, claro, pero también miro las comisuras, me fijo en ellas como si fueran la guía para saber por qué memorias transito, de qué humor proceden mis amigos, de qué piel nutren su cuerpo los que me vienen a ver. La comisura habla más que el llanto y también habla más que las palabras; en su lugar se aloja la memoria del día, pero también está, con toda la pesadez de su recuerdo sin hilos, la vértebra del sueño; lo que pasó antes de dormir, lo que luego vino en la duermevela, el remordimiento, la bondad y el rencor, todo se sitúa en la comisura de los labios; el ser humano tiene en ese extremo del cuerpo de la boca el DNI con el que vive. Le pregunté al maestro japonés por las consecuencias del dolor y convino conmigo en que el dolor no sólo deja extrañeza y melancolía en el rostro, sino que aloja su tristeza en la comisura de los labios. La gente insiste en pensar que todo está en la mirada: los ojos siempre ocultan, porque son sabios y son pícaros, saben dejar en silencio la mayor parte de lo que pasa en la memoria del cerebro. La comisura es la única parte pública del cuerpo que no engaña. Las manos tienen una sinceridad involuntaria, pactan con el otro un tacto, se estrechan, sudan, se quedan a medias en el abrazo, y a veces penden en el aire, precisamente cuando se produce entre los que protagonizan el encuentro lo que todos llaman encontronazo, que es precisamente lo contrario del encuentro. En la comisura está la sinceridad verdadera, es la caja negra del cuerpo a cualquiera hora del día o de la noche; y ahí se verifican la melancolía, la rabia, la hipocresía, el rencor o el rechazo y también se ve o se percibe la felicidad chiquita de los que recuerdan que, cuando niños, notaban en ese frescor espontáneo de la saliva débil la esencia de lo que empezaba a ser un bello sueño. La comisura es la explicación de la vida. Es la parte que nadie puede ocultar, porque es el rasgo de la cara donde se depositan los restos del alma, la aduana secreta de las palabras.