domingo, 30 de diciembre de 2007

“La habitación cerrada”, de Trilogía de Nueva York


Paul Auster
“La habitación cerrada”, de Trilogía de Nueva York (fragmento)

" Vagabundeé mentalmente durante varias semanas, buscando la manera de empezar. Toda vida es inexplicable, me repetía. Por muchos hechos que cuenten; por muchos datos que se muestren, lo esencial se resiste a ser contado. Decir que fulanito nació aquí y fue allá; que hizo esto y aquello, que se casó con esta mujer y tuvo estos hijos, que vivió, que murió, que dejó tras sí estos libros o esta batalla o ese puente, nada de eso nos dice mucho. Todos queremos que nos cuenten historias, y las escuchamos del mismo modo que las escuchábamos de niños. Nos imaginamos la verdadera historia dentro de las palabras y para hacer esto sustituimos a la persona del relato, fingiendo que podemos entenderle porque nos entendemos a nosotros mismos. Esto es una superchería. Existimos para nosotros mismos, quizá, y a veces incluso vislumbramos quiénes somos, pero al final nunca podemos estar seguros, y mientras nuestras vidas continúan; nos volvemos cada vez más opacos; más y más conscientes de nuestra propia incoherencia. Nadie puede cruzar la frontera que lo separa del otro por la sencilla razón de que nadie puede tener acceso a sí mismo. "

sábado, 29 de diciembre de 2007

¡Es hora de emborracharse!


Charles Baudelaire


Hay que estar siempre borracho. Todo radica ahí: es la única cuestión. Para no sentir el horrible fardo del Tiempo, que destroza vuestras espaldas y os inclina hacia el suelo, es preciso emborracharse sin tregua.


¿Y de qué? De vino, de poesía o de virtud, a vuetro antojo, pero emborrachaos.


Y si alguna vez os despertáis en la escalinata de un palacio, en la verde hierba de un foso, en la mustia soledad de vuestro cuarto, habiendo disminuído o desaparecido la embriaguez, preguntad al viento, a la ola, a la estrella, al pájaro, al reloj, a todo lo que huye, gime, rueda, canta y habla, preguntadle qué hora es; y el viento, la ola, la estrella, el reloj os responderán:


"!Es hora de emborracharse! para no ser esclavos martirizados por el Tiempo, emborrachaos, emborrachaos constantemente, de vino, de poesía o de virtud, a vuestro antojo."


viernes, 28 de diciembre de 2007

Hermosas perdedoras

Leonard Cohen Covers

Dance me to the end of love

If it be your will

Hallelujah

jueves, 27 de diciembre de 2007

La noche de los feos



La noche de los feos [Cuento. Texto completo]
Mario Benedetti
1
Ambos somos feos. Ni siquiera vulgarmente feos. Ella tiene un pómulo hundido. Desde los ocho años, cuando le hicieron la operación. Mi asquerosa marca junto a la boca viene de una quemadura feroz, ocurrida a comienzos de mi adolescencia.Tampoco puede decirse que tengamos ojos tiernos, esa suerte de faros de justificación por los que a veces los horribles consiguen arrimarse a la belleza. No, de ningún modo. Tanto los de ella como los míos son ojos de resentimiento, que sólo reflejan la poca o ninguna resignación con que enfrentamos nuestro infortunio. Quizá eso nos haya unido. Tal vez unido no sea la palabra más apropiada. Me refiero al odio implacable que cada uno de nosotros siente por su propio rostro.Nos conocimos a la entrada del cine, haciendo cola para ver en la pantalla a dos hermosos cualesquiera. Allí fue donde por primera vez nos examinamos sin simpatía pero con oscura solidaridad; allí fue donde registramos, ya desde la primera ojeada, nuestras respectivas soledades. En la cola todos estaban de a dos, pero además eran auténticas parejas: esposos, novios, amantes, abuelitos, vaya uno a saber. Todos -de la mano o del brazo- tenían a alguien. Sólo ella y yo teníamos las manos sueltas y crispadas.Nos miramos las respectivas fealdades con detenimiento, con insolencia, sin curiosidad. Recorrí la hendidura de su pómulo con la garantía de desparpajo que me otorgaba mi mejilla encogida. Ella no se sonrojó. Me gustó que fuera dura, que devolviera mi inspección con una ojeada minuciosa a la zona lisa, brillante, sin barba, de mi vieja quemadura.Por fin entramos. Nos sentamos en filas distintas, pero contiguas. Ella no podía mirarme, pero yo, aun en la penumbra, podía distinguir su nuca de pelos rubios, su oreja fresca bien formada. Era la oreja de su lado normal.Durante una hora y cuarenta minutos admiramos las respectivas bellezas del rudo héroe y la suave heroína. Por lo menos yo he sido siempre capaz de admirar lo lindo. Mi animadversión la reservo para mi rostro y a veces para Dios. También para el rostro de otros feos, de otros espantajos. Quizá debería sentir piedad, pero no puedo. La verdad es que son algo así como espejos. A veces me pregunto qué suerte habría corrido el mito si Narciso hubiera tenido un pómulo hundido, o el ácido le hubiera quemado la mejilla, o le faltara media nariz, o tuviera una costura en la frente.La esperé a la salida. Caminé unos metros junto a ella, y luego le hablé. Cuando se detuvo y me miró, tuve la impresión de que vacilaba. La invité a que charláramos un rato en un café o una confitería. De pronto aceptó.La confitería estaba llena, pero en ese momento se desocupó una mesa. A medida que pasábamos entre la gente, quedaban a nuestras espaldas las señas, los gestos de asombro. Mis antenas están particularmente adiestradas para captar esa curiosidad enfermiza, ese inconsciente sadismo de los que tienen un rostro corriente, milagrosamente simétrico. Pero esta vez ni siquiera era necesaria mi adiestrada intuición, ya que mis oídos alcanzaban para registrar murmullos, tosecitas, falsas carrasperas. Un rostro horrible y aislado tiene evidentemente su interés; pero dos fealdades juntas constituyen en sí mismas un espectáculos mayor, poco menos que coordinado; algo que se debe mirar en compañía, junto a uno (o una) de esos bien parecidos con quienes merece compartirse el mundo.Nos sentamos, pedimos dos helados, y ella tuvo coraje (eso también me gustó) para sacar del bolso su espejito y arreglarse el pelo. Su lindo pelo."¿Qué está pensando?", pregunté.Ella guardó el espejo y sonrió. El pozo de la mejilla cambió de forma."Un lugar común", dijo. "Tal para cual".Hablamos largamente. A la hora y media hubo que pedir dos cafés para justificar la prolongada permanencia. De pronto me di cuenta de que tanto ella como yo estábamos hablando con una franqueza tan hiriente que amenazaba traspasar la sinceridad y convertirse en un casi equivalente de la hipocresía. Decidí tirarme a fondo."Usted se siente excluida del mundo, ¿verdad?""Sí", dijo, todavía mirándome."Usted admira a los hermosos, a los normales. Usted quisiera tener un rostro tan equilibrado como esa muchachita que está a su derecha, a pesar de que usted es inteligente, y ella, a juzgar por su risa, irremisiblemente estúpida.""Sí."Por primera vez no pudo sostener mi mirada."Yo también quisiera eso. Pero hay una posibilidad, ¿sabe?, de que usted y yo lleguemos a algo.""¿Algo cómo qué?""Como querernos, caramba. O simplemente congeniar. Llámele como quiera, pero hay una posibilidad."Ella frunció el ceño. No quería concebir esperanzas."Prométame no tomarme como un chiflado."
"Prometo."
"La posibilidad es meternos en la noche. En la noche íntegra. En lo oscuro total. ¿Me entiende?"
"No."
"¡Tiene que entenderme! Lo oscuro total. Donde usted no me vea, donde yo no la vea. Su cuerpo es lindo, ¿no lo sabía?"Se sonrojó, y la hendidura de la mejilla se volvió súbitamente escarlata."Vivo solo, en un apartamento, y queda cerca."Levantó la cabeza y ahora sí me miró preguntándome, averiguando sobre mí, tratando desesperadamente de llegar a un diagnóstico."Vamos", dijo.
2
No sólo apagué la luz sino que además corrí la doble cortina. A mi lado ella respiraba. Y no era una respiración afanosa. No quiso que la ayudara a desvestirse.Yo no veía nada, nada. Pero igual pude darme cuenta de que ahora estaba inmóvil, a la espera. Estiré cautelosamente una mano, hasta hallar su pecho. Mi tacto me transmitió una versión estimulante, poderosa. Así vi su vientre, su sexo. Sus manos también me vieron.En ese instante comprendí que debía arrancarme (y arrancarla) de aquella mentira que yo mismo había fabricado. O intentado fabricar. Fue como un relámpago. No éramos eso. No éramos eso.Tuve que recurrir a todas mis reservas de coraje, pero lo hice. Mi mano ascendió lentamente hasta su rostro, encontró el surco de horror, y empezó una lenta, convincente y convencida caricia. En realidad mis dedos (al principio un poco temblorosos, luego progresivamente serenos) pasaron muchas veces sobre sus lágrimas.Entonces, cuando yo menos lo esperaba, su mano también llegó a mi cara, y pasó y repasó el costurón y el pellejo liso, esa isla sin barba de mi marca siniestra.Lloramos hasta el alba. Desgraciados, felices. Luego me levanté y descorrí la cortina doble.
FIN

miércoles, 26 de diciembre de 2007

El sueño de la mariposa


Minicuento de José María Merino

Soñó que era una mariposa y al despertar no supo si era un hombre que había soñado ser una mariposa o una mariposa que estaba soñando ser un hombre.

martes, 25 de diciembre de 2007

Adiós Ruby del martes

Melanie Safka - Ruby Tuesday (live 1982)

Carta de Marcos a Joaquín Sabina


“Mira muchacho —me dijo— la vida de un hombre no es más que la búsqueda de una mujer. Fíjate que digo ‘una mujer’ y no ‘cualquier mujer’. Y por ‘una mujer’, muchacho, me estoy refiriendo a una de “única”. El problema está en que el hombre siempre queda con la duda de si la mujer que encontró, si es que encuentra alguna, es esa ‘una mujer’ que estaba buscando. Yo ya estoy viejo y he descubierto una fórmula infalible para saber si la mujer que uno encontró es la ‘una mujer’ que estaba uno buscando...”

El viejo se detuvo a ver hacia todos lados, como temiendo que alguien más lo escuchara। Yo sentí que algo muy importante estaba a punto de serme revelado, así que puse cara de circunstancia y saqué discretamente un papelito y un lapicero para tomar nota, no fuera a ser que se me olvidara la fórmula (de por sí batallaba mucho con las matemáticas)। El viejo carraspeó y, sin poner atención en mi papelito y mi lapicero, me confió:

“Si tú le dices a una mujer que te duele una muela y ella, en lugar de mandarte al dentista o darte un analgésico, te abraza y deja que recuestes la mejilla en sus pechos, entonces, muchacho, esa mujer es la ‘una mujer’ que andabas buscando...”
Leer carta: http://www.ezln.org/documentos/1996/19961018.es.htm

lunes, 24 de diciembre de 2007

Discurso contra Dios


Roberto Benigni

Quiero hacer un breve paréntesis en relación a la economía divina.
Nuestro señor, creo, podía habernos ayudado desde el principio. Yo creo en él, porque nunca se sabe. Total si existe, existe, y si no existe, no jode. Pero si existe, digo: somos cinco mil millones de personas, ¡y con todos los planetas que hay tenía que meternos a todos en éste! Es como si un padre tuviera veinte hijos y un edificio de cincuenta pisos y decidiera encerrarlos a todos en el garage. ¿De qué estamos hablando? Nos tendría que haber ubicado un poco mejor.

Pero no, nuestro señor es un capitalista, y todos estos planetas son un abuso. Pura especulación planetaria. De hecho, cuando Galileo los descubrió, el Papa lo hizo arrestar enseguida. Lo hizo pasar por idiota y le dijo: "¿Cómo es ése asunto de que la Tierra gira?". Galileo dijo: "Es la Tierra la que gira alrededor del Sol, y no como dicen ustedes". Entonces el Papa dijo: "¿Pero éste es idiota? ¿Han visto alguna vez una casa girar alrededor de la estufa?".

Naturalmente, además de crear a los hombres, Dios ha construido a los animales, los vegetales y los minerales: un quilombo tan grande que ya no se entiende nada. Pero cuando los hombres se enojan, viene el diluvio universal. Después, Noé tiene tres hijos: Sem, Cam y Jafet. Los tres son hombres y dan lugar a las distintas razas. Al rato, Dios lo llama a Moisés y le dice cuáles son las cosas que se pueden hacer y cuáles las no.

Las cosas que se deben hacer son los diez mandamientos; las que no se deben hacer son los siete pecados capitales. Ahora bien, yo estudie bien esos siete pecados capitales y son las cosas más abominables del mundo. Y Dios las hace todas. La soberbia, por ejemplo: si hay alguien soberbio, ése es Él, el ser perfectísimo, poderosísimo, presentísimo. "Comparado conmigo", dice, "Nembo Kid es un imbécil y a Buda lo saco de taquito". Hace falta un poco más de humildad. El mismo nombre Dios. Si hubiese elegido un nombre más humilde. Si hubiese dicho: "Soy Guido, no habrá otro Guido más que yo". O si no: "Ayúdense entre ustedes, que Guido los ayuda a todos". O "llueve porque Guido quiere". Si fuese más humilde sería más simpático.

La ira: no hay nadie que se enoje más que él. ¿Adán y Eva arrancaron una manzana? Madre mía, se enojó como un loco. "¡Fuera! ¡Tu trabajarás con el sudor de tu frente! ¡Tú parirás con dolor! ¡Fuera!". Una manzana yo me la pago, no hay porque enojarse de esa manera. Está bien, incluso admito que uno se puede enojar por una manzana, pero después se le pasa. ¡Ah! No, a Él no se le pasó. Van dos millones de años y nos seguimos bautizando por culpa de esa manzana.

La lujuria: no quiero entrar en asuntos privados, pero somos todos hijos suyos, ¿o no? Somos cinco mil millones de personas, ¿o no?

La avaricia: no hay nadie más avaro que Él. Al pueblo elegido -los judíos- les prometió un pedazo de tierra hace dos millones de años. "Si, aquella tierra se la prometí, pero nunca dije que se la iba a dar". ¿O sí?

Los diez mandamientos. Ésa sí que era una buena idea. Sólo que los hizo a favor del rico. Convengamos que es más fácil ir al infierno para los pobres que para los ricos. Por ejemplo, a Agnelli, el dueño de la Fiat, con todo el dinero que le han dejado, le dicen: "Honra al padre y a la madre" ¿Y que va a decir? "Gracias madre, gracias padre. Cuando mueran, lo agarro todo yo".

O no desear las cosas de los demás. También es algo muy fácil para Agnelli, porque si todo es suyo ¿qué va a desear?

En suma: nuestro señor debería ocuparse un poco más de los problemas del proletariado. Porque nuestro creador consiguió que nos insertáramos en el mundo moderno de manera homogénea. Él podría conseguir enseguida que estuviéramos mejor. Tomemos los inventos, por ejemplo. ¿Por qué no nos hizo descubrir enseguida la calefacción, evitando que mil millones de personas murieran de frío en el pasado? ¿No podía? Creó a Adán, tomó una costilla suya e hizo a Eva. O sea, que bien podía agarrar, no sé, una oreja de Eva y hacer una estufa. Así quedaban los hombres con una costilla menos y las mujeres sin una oreja, y aunque hubiese hecho falta gritar un poco, habríamos estado un poco mejor, ¿no?

Durante siglos se comió carne cruda y hubo miles de virus. ¿No podía ayudarnos a descubrir antes la penicilina y los antibióticos? No, prefirió esconderlos en los hongos. Y eso es tener una mentalidad de revista de crucigramas.

¿A quién se le ocurre ir a buscar los antibióticos en los hongos? Hay gente que los buscó durante toda su vida y no los pudo encontrar.

Es como si yo les escondiera el jabón a mis hijos: van a lavarse, no lo encuentran, entonces se agarran tifus y cólera, y se mueren. Al final, para divertirme, les digo: "¿Saben dónde había metido el jabón? Debajo de la toalla, ja, ja, ja". Pero ellos ya están muertos. Entonces, ¿qué nos quiere decir con eso? Nos quiere decir: "Soy Dios y me cago en ustedes".

domingo, 23 de diciembre de 2007

Una guía de los ballets menores


Woody Allen

El ballet comienza con un carnaval. Hay refrescos y carreras. Mucha gente ataviada con ropas de alegres colores baila y ríe, con acompañamiento de flautas e instrumentos de viento, mientras los trombones tocan en tono menor para sugerir que los refrescos se acabarán pronto y que todo el mundo va a morir.

Dando una vuelta por la feria aparece una hermosa joven llamada Natacha, que está triste porque a su padre le han mandado a luchar a Jartrum, y no hay guerra allí. La sigue Leonid, un estudiante, demasiado tímido para abordar a Natacha, por lo que le deja en la puerta un plato de ensalada mixta todas las noches. Natacha se siente conmovida ante el regalo y quiere conocer al hombre que se lo envía, sobre todo porque detesta la ensalada aliñada y preferiría Roquefort.

Los desconocidos se conocen accidentalmente cuando Leonid, al tratar de componer una nota amorosa para Natacha, se cae de un tiovivo. Ella le ayuda a levantarse, y bailan un pas de deux, después del cual Leonid trata de impresionarla haciendo girar los ojos hasta que tienen que llevarle a la casa de socorro. Leonid se disculpa con insistencia y sugiere que los dos den un paseo hasta la Tienda nº 2 para ver un espectáculo de marionetas... una invitación que le confirma in mente a Natacha que se ha topado con un idiota.

La función de títeres, sin embargo, es embelesadora, y un títere grueso y divertido llamado Dmitri se enamora de Natacha. La joven comprende que Dmitri, aunque sea de serrín, tiene alma, y cuando el títere la propone ir a un hotel con nombre supuesto, se siente excitada. Los dos bailan un pas de deux, pese al hecho de que ella acaba de bailar otro pas de deux y está sudando como un buey. Natacha confiesa su amor por Dmitri y jura que estarán siempre juntos, aun cuando el hombre que maneja los hilos de Dmitri tendrá que dormir en un catre en el recibidor.

Leonid, despechado al verse vencido por un títere, le pega un tiro a Dmitri, que no muere, pero aparece en un tejado del Banco de Comercio, bebiéndose con altanería un frasco de Air Wick. La acción se torna confusa, y se produce un gran regocijo cuando Natacha se fractura el cráneo.

ALLEN, W., Cuentos sin plumas, 10ª edición, Tusquets, 2003, pp. 126-127.

sábado, 22 de diciembre de 2007

Leonard Cohen - Famous blue raincoat -1979

FAMOUS BLUE RAINCOAT (Famoso Impermeable Azul)

"Famous Blue Raincoat" es una carta personal de Cohen escrita a las cuatro de la madrugada en una fría habitación de Nueva York, en un tono de resignación, dirigida a un amigo "gitano" que le ha robado a su mujer, y firmada en la última línea de la canción. Las cosas estaban claras. Sabía cómo vestirme en aquella época."

viernes, 21 de diciembre de 2007

Gente que habla sola


Hermann Bellinghausen

Entré a la vinata de Rafud el palestino de la esquina como si llevara prisa, a comprar cigarros. En la entrada hay un teléfono de monedas, brillante, chapado en aluminio, imposible de ignorar. De espaldas, enfundada en una chamarra que parecía inflada de aire, de esas bien sintéticas, una mujer hablaba airadamente al auricular en un idioma que me sonó conocido, pero no presté atención. Un minuto después salí y caminé a cruzar la calle. A mi lado la mujer, una muchacha, hablaba en voz alta, en portugués. Como había luz roja en el semáforo, volteé a mirarla. Era negra, quiero decir, mulata, con el cutis un poco maltratado, larga cabellera y rostro de diosa yoruba. No muy alta. Sinténdose descubierta en su soliloquio, de inmediato y sin pudor se dirigió a mí: -Sí, ya sé. La gente que habla sola parece loca. Pero en realidad, nadie nos conoce más que nosotros mismos, nadie nos entiende mejor. ¿Cierto? Asentí con la luz verde y cruzamos la avenida al mismo paso. Yo no me reí pero dijo: -Aunque te rías, es la verdad. Echaba vaho por la boca. Principios de invierno. Sonaba divertida. Divertida de su malhumor. Obviamente venía de un desencuentro telefónico de esos que son tan comunes hoy en día. Se le concede demasiada credibilidad al teléfono, ¿no? Demasiada. La cosa es que a la muchacha lo mismo le daba hablar conmigo o con quien fuera. Recuerdo el cielo. Muy azul, surcado de hileras de nubes como las rayas intermitentes pintadas en las carreteras, o estelas en el agua. Así por todo el horizonte hasta el fondo. En sentido opuesto, apresurados y soberbios, hablando en voz alta no entre sí sino para sendos celulares, se aproximaron dos jóvenes hombres de negocio chinos, de abrigo británico con el cuello alzado y pelo revuelto por el viento. Casi nos arrollan. Eran altos. Ni nos vieron. La muchacha se río. -¿De dónde eres? -creo que le pregunté. Como sea, dijo: -Soy brasileña. ¿Y tú? Le dije y por supuesto no me creyó, pero estoy acostumbrado, así que no insistí. Su cabellera larga, ensortijada, negra, era presa de la diadema de unos audífonos grandes, profesionales. Quiero decir, no esas píldoras duras que uno se mete ahora en las orejas, sino dos cojines aparatosos. Depuestos, casi le rodeaban el cuello, sin ocultar lo largo que era. -Hace cuatro cinco seis más años salí de mi casa -cantó, olvidada de mi presencia. -¿Decías?-dije tontamente. -Nada -se interrumpió, y volvió a sonreir, cambiando el canal de sus sueños. Me dio la impresión de cambiar de canal con envidiable facilidad. Hacía un momento vociferaba indignada. Pensé, prevenido, "sólo falta que le dé por llorar". -Odio este barrio -dij-. Siempre me pierdo. Y la gente que busco salió o no quiere estar. Al llegar a la otra esquina, nuestras sendas se bifurcaron. Ella siguó de frente y yo doblé al este, al pan. Un pan mexicano, buenísímo, que cuecen por ahí. Conchas, empanadas de crema y de mermelada, ochos, espejos, chilindrinas. Pasaron, no sé, dos o tres horas. Ya había olvidado a la diosa (bueno, semidiosa) yoruba, de acné en las mejillas y pupilas a punto de carbón, que irradia armonía, si no con el mundo al menos consigo misma. Al abordar el metro hacia las subciudades del sur de San Francisco, la vi subir al convoy que iba al norte de la bahía. En una bolsa de plástico transparente llevaba un vibrador eléctrico. Negro como una espada, de pilas. Recién comprado, supongo, en los almacenes de Good Vibrations, a pocas cuadras, en el barrio que odia. Llevaba puestos los audífonos igual que pompones invernales. Busqué su mirada, por si nos sonreíamos algún adiós, pero ni se enteró de mí. No se lo tomé a mal. Podíamos, yo y el mundo, estar fuera de ella pero ella, bendita sea, no estaba fuera de sí.

jueves, 20 de diciembre de 2007

La comisura


Juan Cruz

De la mujer y del hombre miro siempre las manos, claro, pero también miro las comisuras, me fijo en ellas como si fueran la guía para saber por qué memorias transito, de qué humor proceden mis amigos, de qué piel nutren su cuerpo los que me vienen a ver. La comisura habla más que el llanto y también habla más que las palabras; en su lugar se aloja la memoria del día, pero también está, con toda la pesadez de su recuerdo sin hilos, la vértebra del sueño; lo que pasó antes de dormir, lo que luego vino en la duermevela, el remordimiento, la bondad y el rencor, todo se sitúa en la comisura de los labios; el ser humano tiene en ese extremo del cuerpo de la boca el DNI con el que vive. Le pregunté al maestro japonés por las consecuencias del dolor y convino conmigo en que el dolor no sólo deja extrañeza y melancolía en el rostro, sino que aloja su tristeza en la comisura de los labios. La gente insiste en pensar que todo está en la mirada: los ojos siempre ocultan, porque son sabios y son pícaros, saben dejar en silencio la mayor parte de lo que pasa en la memoria del cerebro. La comisura es la única parte pública del cuerpo que no engaña. Las manos tienen una sinceridad involuntaria, pactan con el otro un tacto, se estrechan, sudan, se quedan a medias en el abrazo, y a veces penden en el aire, precisamente cuando se produce entre los que protagonizan el encuentro lo que todos llaman encontronazo, que es precisamente lo contrario del encuentro. En la comisura está la sinceridad verdadera, es la caja negra del cuerpo a cualquiera hora del día o de la noche; y ahí se verifican la melancolía, la rabia, la hipocresía, el rencor o el rechazo y también se ve o se percibe la felicidad chiquita de los que recuerdan que, cuando niños, notaban en ese frescor espontáneo de la saliva débil la esencia de lo que empezaba a ser un bello sueño. La comisura es la explicación de la vida. Es la parte que nadie puede ocultar, porque es el rasgo de la cara donde se depositan los restos del alma, la aduana secreta de las palabras.

I Wonder How Many People in This City


I wonder how many people in this city

live in furnished rooms.

Late at night when i look out at the buildings

I swear I see a face in every window

looking back at me

and when I turn away

I wonder how many go back to their desks

and write this down.


L. Cohen

miércoles, 19 de diciembre de 2007

Fragmento de "HOTEL LIMA"


De: Miguel Ildefonso


En mi alucinación había entrado al Hotel, pero en vez de subir, bajaba por una especie de laberinto, guiado por la música que provenía de sus entrañas. Ya adentro de la oscuridad total, en un salón grande, comencé a bailar con la música estridente que había allí. Estaba en una discoteca, me di cuenta que no tenía nada en los bolsillos de mi saco. Poco a poco fueron apareciendo unos espectros que también bailaban solos. De aquellas fosforescentes tinieblas apareció entonces una chica vestida toda de negro y se puso a bailar conmigo. Pero la música invitaba a otra cosa, a estar solo, a masturbarse, a arrojarse por una ventana. Ella me estaba hablando, hablándole a mi boca, de pronto le colocó algo a mi lengua. Yo entré por sus ojos y por su tráquea me deslicé como si algo me empujara a traspasar su palidez. Luego otra vez reconocí que estaba en el Hotel Lima, empecé a buscar la salida, al final del pasadizo se hallaba Humareda bailando con Marilyn. Me iba acercando a ellos en una especie de travelling, cuando inusitadamente Marilyn volteó y allí, conmigo, cara a cara, encontré el rostro de Laura. En realidad lo que había ocurrido era lo siguiente: Laura me pidió que la saque de la discoteca. Afuera estaba garuando, caminamos lo más rápido hasta llegar a la entrada de un edificio. Aquí vivo, me dijo; después me empezó a besar desesperadamente. El portero encendió la luz. Corrimos. Esta vez nos detuvimos en un jardín; bajo un árbol nos tendimos, la garúa había cesado. Empecé a acariciarle sus cabellos mojados; desabotoné su blusa negra, desabroché su sostén. Edificios tras casonas antiguas y postes moribundos eran testigos mudos de nuestro primer encuentro. Un perro como salido del infierno empezó a ladrar, pero al poco rato se calló.

lunes, 17 de diciembre de 2007